16 de junio de 2020

LAS VALIENTES “MADRINAS DE GUERRA’


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Escuche muchas historias de la Guerra del Chaco, de personajes que estuvieron allí, de bolivianos que lucharon por el país, esta que estoy a punto de narrarles, es la que más me conmovió.

Hay instantes indescriptibles en la vida de un ser humano, hechos que no se pueden narrar ya que la emoción, esa sensación de miedo, euforia o incertidumbre que sintieron nuestros padres, abuelos y patriotas que amaron a Bolivia más que a ellos mismos al escuchar las noticias del estallido de la Guerra del Chaco, las sirenas, las campanas de los templos anunciando la misma no pensaron en otra cosa que en defenderla, son estos sentimientos que han quedado entre los recuerdos imperecederos de aquellos que los vivieron.

Ver a las personas corriendo hacia sus casas para llevar la noticia a sus familiares: “La guerra ha estallado”! dice que esa noticia sacudió el espíritu de toda una nación.

Fueron estos momentos en los cuales el valor y el patriotismo se confundieron en un solo anhelo: el “Servicio a la Patria”.

Así fue como el 14 de junio del 1932, ante lo inevitable se produjo el llamamiento a los reservistas que ya habían cumplido su servicio militar para que se presenten a los cuarteles.

En la ciudad de La Paz, el lugar de cita de toda la juventud convocada, la cual, sin distinción de clases sociales, acudió a presentarse, fue el Cuartel de Miraflores.

La sirena de “La Razón” se escuchaba de uno a otro confín de la ciudad, llamando a todos los jóvenes. Dicen que cada vez que se oía esa sirena, todos los muchachos de esa época temblaban de emoción y euforia, la convocatoria también producía en todos los hogares un gran sentimiento de patriotismo.

Todos querían ir a la guerra, la ansiedad en los jóvenes era incontrolable, los deseos de servir a la patria tan vehementes e indisolubles. Ante este hecho las madres sumidas en el dolor más silencioso y disimulado no podían hacer otra cosa que resignarse pues era BOLIVIA que necesitaba de sus hijos.

Con mayor razón en esa época en la cual estos jóvenes participaban de cualquier demostración callejera en contra de la nación que nos había agredido. En esos momentos no se sintió decadencia, solo el deseo abrasador de marchar al frente.

Todos deseaban ser los primeros y era tan grande el entusiasmo de esos muchachos, que hubo muchos que no habían cumplido la edad militar, no obstante, se presentaron para ofrendar su vida y sacrificio a la patria. De ahí tantos menores, casi niños, a quienes no los pudieron rechazar y que combatieron en el Chaco.

Cuantas madres, con el corazón hecho pedazos, demostrando un valor espartano, entregaron sus hijos, hubo algunas que despidieron hacia el frente cinco hijos, quien sabe más, nadie podía eludir esa obligación sagrada, todos estaban conminados a cumplir con su deber.

Después de haberse presentado en los cuarteles, los jóvenes salían de allí uniformados, con lo que la gente de esa época llego a llamar “la mortaja”, o sea el uniforme militar. Así llegaban a sus casas orgullosos y contentos, sin presentir el dolor contenido de sus madres y hermanas, los que disimulando las lágrimas tenían que arreglar los uniformes que no siempre eran bien confeccionados. Una vez que se habían “entallado” las chaquetas, subido las bastillas y recosido los botones, esos noveles soldados lucían bien “pijes “con sus “mortajas” a la medida.

Días antes de la partida al frente, comenzaban las despedidas e invitaciones que se ofrecían. No faltaba la nota social en la prensa que anunciaba los ágapes en honor a los conscriptos que se iban a la guerra, deseándoles mucha suerte y un regreso victorioso.

En esas circunstancias apareció la moda de nombrar “Madrinas de Guerra”, la cual fue copiada también por los paraguayos, estos nombramientos llegaron a ser una verdadera institución. Generalmente se nombraba “Madrina de Guerra” a la novia o a la “polola”, así como a una dama distinguida de la sociedad amiga de la familia.

Bien uniformados iban a visitar la casa de la “futura madrina”, donde eran recibidos con mucho cariño y consideración, después de los saludos de rigor, la tertulia obligada de la guerra, el regimiento al que debían pertenecer, se procedía a nombrar a la Madrina, nombramiento que no se podía rechazar, pues no era algo honorario sino que constituía un deber cívico, quien se iba a negar proteger aun cuando sea con sus oraciones y sus desvelos, a un joven que iba a defender el suelo que nos cobija, la patria amada que está en peligro.

Una MADRINA DE GUERRA se comprometía a escribirle, rezar por él, velar por su madre, por sus hermanas, visitarlas, acompañarlas. Era un compromiso ir a despedirlos a la estación, llevándoles flores, fotos dedicadas, escapularios, medallitas, detentes bordados, coca, dulces, cigarrillos y hasta un mechón de sus cabellos. Es de imaginarse la emoción y el dolor de esas valientes jóvenes quienes como Madrinas de Guerra demostraron su valor y entereza al despedir a sus novios o enamorados a una muerte casi segura, pues nadie tenía la certidumbre de que iban a regresar.

En esas épocas de la guerra, casi todos los días salía un destacamento, a veces dos, según el movimiento de los trenes la Estación Central se llenaba de gente, así como todas las calles de la ciudad.

Allí se producía el último abrazo. Muchos soldados no solo tenían una “madrina de guerra” y en la Estación se veían rodeados de jovenzuelas quienes los llenaban de halagos y recomendaciones. Al despedirse de sus madres recibían la bendición hincados, como un último testimonio de amor materno, algo que los habría de acompañar hasta su regreso.

El tiempo en la Estación Central pasaba volando, las recomendaciones, los abrazos no eran suficientes, las miradas de amor entre esposos y novios fueron eternas, queriendo retener los minutos, prolongar más la presencia del amado, inexorablemente sonaba el silbato de la locomotora que anunciaba la triste despedida, ahí temblaban los corazones, se estremecía el cuerpo de dolor…el ultimo abrazo y el adiós.

Difícil imaginarse el momento enternecedor y sublime, las lágrimas silenciosas preñadas de angustia rodaban por las mejillas de las madres, novias y madrinas, las esposas y hermanas disimulando el dolor oculto que apretaban en sus pechos.

Muchos valientes se hincaban para recibir una última bendición de sus madres, aquellas que los trajeron al mundo y ahora los devuelven:


“Adiós hijo de mi alma…si Dios quiere volverás, si no, nos veremos en el cielo…” El soldado conmovido con lágrimas en los ojos:

-Adiós madrecita amada, he de volver te lo prometo-

¡VIVA BOLIVIA CARAJO!

Y entusiastas se desprenden de los brazos de sus madres, de sus novias, de sus Madrinas de Guerra, suben al tren rápidamente a medida que lo hacen poco a poco se ven salir cientos de cabeza por las ventanillas y ellos alegres dicen adiós con las gorras del uniforme militar, las bandas de música se confunden con los hurras y vivas de la gente que grita emocionada y retumba en toda la estación.


Se escucha el sonido de la maquinaria que anuncia la partida del tren afloran los pañuelos blancos en el aire y las mujeres recién hacen saltar las lágrimas de toda la angustia reprimida en presencia de los hombres, en ese instante saltan los corazones, mitad del alma se va con ellos. A medida que avanza el motorizado se escuchan gritos emocionados de la muchachada que gritando se va: ¡¡Viva Bolivia!! ¡Ganaremos a los Pilas… Volveremos y triunfaremos!

Pausadamente se aleja el tren, luego más rápido, más rápido la locomotora se pierde en lontananza envuelta en una nube de humo, todos en la estación esperan hasta que se esfuma en la mirada, muchas madres en el andén han quedado postradas de rodillas con los brazos abiertos, sin soportar el dolor siguen con el alma en los ojos a la máquina que se pierde como un punto en la distancia.

-Se fue mi hijo…Dios mío! Quién sabe si lo volveré a ver-

El Soldado boliviano servidor de su patria se va a la guerra, orgulloso, altivo, lleno de júbilo. Si ellas pudieran verlos ahora en el tren candando:

“QUIEN TOCA LA PUERTA
YO SOY SEÑORAY VENGO A DESPEDIRME
AL CHACO ME VOY”



Fueron muchos los soldados que tuvieron Madrinas de Guerra, por todos los lugares donde pasaban o se quedaban, ya sea muchachas que habían conocido allí o allegadas a la familia. Ellas los ayudaron, los recibieron y despidieron, los confortaron, curaron sus heridas.

Fue preponderante en ese tiempo la labor de las madrinas tarijeñas, chuquisaqueñas y orientales, ellas los recibieron y los siguieron hasta la frontera, curaron sus penas y muchas se hicieron novias de ellos. En todo el territorio nacional por donde pasaron los destacamentos, estas mujeres valientes y heroicas no cesaron en sus cuidados, los alimentaron, animaron y con llanto en los ojos los enterraron.

Se encargaron de escribir noticias a las madres, contándoles que habían visto a sus hijos, que estaban bien, que se hallaban partiendo para otros lugares, muchas veces inclusive tuvieron la dolorosa misión de comunicarles que ellos habían caído en acción. Esta obra múltiple y compleja de la retaguardia, especialmente en la labor que efectuaron las señoritas “Madrinas de Guerra”, tuvo una eficiente labor de aliento, valor y entrega, la misma que vitalizo el corazón de los combatientes, sin ellas sus glorias aun siendo grandes no hubieran sido completas.

A todos los soldados, madres y madrinas bolivianos, les agradecemos. Son la gloria de la nación. Soldado reverente héroe anónimo, hijo del pueblo que al conjuro de la palabra mágica “BOLIVIA” diste tu sangre y tu vida a ti te saludamos héroe inmortal que defendiste denodadamente los más sagrados principios de justicia y libertad de nuestra nación, que, si bien perdió esa batalla, ¡jamás fue derrotada en su espíritu!

Tus proezas legendarias serán cantadas por los poetas y tu sombra vagara por las selvas y cañadas inmensas del Chacho, montara guardia por los siglos de los siglos en beneficio de nuestra patria.

A todas las mujeres benditas que perdieron hijos, nunca supieron donde fue enterrado y solo recibieron una carta del Comandante en Jefe del Estado. A esas mujeres que siendo “madrinas de guerra” acompañaron a los soldados, curaron sus heridas y sacaron sus pañuelos blancos para despedirlos en las estaciones del tren, ¡a esas que los siguieron durante la campaña GRACIAS! Mujer boliviana, fuerte, esposa, compañera, guerrillera, madre de familia, madrina, profesional y activista la historia dirá algún día cuan valiente fuiste, eres y lo serás.

Isabel Velasco



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13 de junio de 2020

SAN ANTONIO BENDITO


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La bella imagen de San Antonio que se venera en la Basílica de San Francisco llegó de España durante la época colonial ya acreditada de milagrosa.  Quienes la ven con atención sienten tiernos y amorosos afectos, su rostro angelical inspira los más puros sentimientos y desde aquellas lejanas épocas de nuestros tatarabuelos es Patrono de la Juventud Paceña.

Dice que desde aquellos tiempos del coloniaje las jóvenes acudían a verlo con ansias y anhelos vehementes para pedirle el milagro de  tener un novio guapo que luzca bien, si es posible un Adonis amoroso y de buen carácter; que tenga oficio y beneficio mejor aún con hacienda y mucho dinero, es decir el esposo ideal.  Por su lado los jóvenes se inclinan fervorosamente ante él para pedirle una linda y hermosa novia, hacendosa, virtuosa, una niña de su casa que no sea pizpireta, mucho menos coqueta, buena madre y gentil esposa. Una mujercita que sepa cocinar, coser, lavar y planchar para llevarla al altar.

En los tiempos de nuestros abuelos, no era muy difícil para el Santo hacer posible las peticiones de los jóvenes casaderos y enamorados, es por eso que el 13 de junio, fiesta de San Antonio, toda la juventud se preparaba con gran emoción para asistir a los festejos, los que se organizaban con gran algarabía en el templo de San Francisco.  Todos los devotos y muy especialmente las señoritas de esas épocas de oro del 1900 al 1940 esperaban con entusiasmo ese acontecimiento religioso para el cual los curitas franciscanos hacían lo posible a darle el mayor realce posible.

Esta fiesta se realizaba desde el primer día de junio hasta el 13 con todo el esplendor social posible. Toda la ciudadanía paceña se daba cita durante los trece días para rezar la tradicional “Trecena de San Antonio” y escuchar los sermones de los oradores de esas épocas.


La juventud de esos tiempos era elegante y para esta fiesta se arreglaban con especial interés, pues iban convencidos que allí mismo en la iglesia el santo les haría el milagro. 

Los “pijes” se situaban en las naves laterales del templo, para desde allí poder mirar a las muchachas acomodadas en la nave central acompañadas de sus padres y familiares.  Miradas van miradas vienen San Antonio desde su esplendoroso trono a un costado del Altar Mayor, comenzaba los milagros.  En efecto los jóvenes que de “antemano” habían “echado el ojo” a las dueñas de sus sueños, pedían vehementes al santo ser correspondidos y el milagro no se hacía esperar, pues ellas contestaban inmediatamente con una sonrisa escondida detrás de los velos, iniciando así un romance de miradas que indicaba “pololeo seguro”.  A todo esto los padres enfrascados en sus rezos, no atinaban a otra cosa que disimular, las madres haciendo girar entre sus dedos las cuentas del rosario y los caballeros retorciéndose los mostachos sin piedad.

Concluida la ceremonia, el gentío abandonaba el templo, los galanes se adelantaban en salir para posesionarse del atrio formando un callejón, a fin de ver la salida de las muchachas quienes pasaban delante de ellos en medio de un concurso de piropos y lisonjas dichas con toda mesura y elegancia.  Allí se producían los primeros encuentros con los padres, quienes saludados cortésmente por los petimetres no podían impedir la gracia de permitirles acompañarlos hasta sus casas.

Independientemente de estos oficios religiosos,  las misas y trecenas, las chiquillas escribían cartas a San Antonio las cuales eran entregadas al sacristán para que el las depositara a los pies del Santo, importantes misivas con ruegos y peticiones como la siguiente:

“San Antonio milagroso yo te pido con fervor un esposo cariñoso con dinero y mucho amor”.

No existía casa en toda la ciudad que no poseyera una imagen del Santo con una vela prendida constantemente durante los trece días del mes de junio, ya sea pisando cartas o con la imagen de cabeza  hasta que se produjera el milagro de una relación. Para las jovencitas a las que “más o menos ya las estaba dejando el tren” San Antonio era la esperanza, el consuelo y el receptor de sus angustias, oraciones y también castigos.

Durante los días que antecedían a la fiesta del Divino Antonio el templo de San Francisco siempre se encontraba lleno  hasta después de la trecena, en esos tiempos no existía abogado con más clientela en la Basílica que el bendito Antonio.  Los jóvenes de esas épocas escribían cartas las hacían bendecir y le rezaban con fervor.

La fiesta de este santo fue para nuestros padres y los padres de ellos un acontecimiento de esperanza, dignidad y elegancia. Una demostración del enorme sentir decente del pueblo, una festividad de significancia emocional de galantería y fineza de la juventud de entonces que nunca fue alterada ni ensombrecida  con leyes pues en esos tiempos la juventud conocía y practicaba la decencia y las buenas costumbres .


Isabel Velasco


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