26 de mayo de 2011

¡EL CALOR DE ESOS CONSEJOS AÚN PERDURA!




La Paz de principios del siglo XX era una ciudad romántica, las beatas sin desayunarse estaban en la iglesia, la población vivía en tolerante acomodo con las inconveniencias de la época y en constante alborozo con las noticias de los nuevos adelantos de la ciencia, que mostraban sus maravillas a medida que llegaban a nuestra ciudad: el biógrafo, el teléfono, la máquina fotográfica, etc., los padres celaban a sus hijas y ellas perseguidas por el espectro del deshonor no salían jamás solas, sino acompañadas de un hermano, sirviente o chaperona.

Las mantas y mantones que lucieron nuestras abuelas decían mucho de la vida que llevaban en ese entonces las mujeres. Los zaguanes y balcones cerrados, decían lo mismo.

Se puede decir que ese fue un tiempo de mentalidad cerrada en una sociedad de formación esencialmente masculina, la mujer representaba únicamente la fuerza conservadora de la naturaleza y en muchos casos su nacimiento no era ni siquiera bien recibido, pues conveniencias económicas, prolongación del apellido y la institución del mayorazgo hacían que la aspiración general de hijos hombres acrecentara la prole masculina.

Resignadas crecías las mujeres en este ambiente de moralidad y desarrollaban su vida hogareña aprendiendo el catecismo, la gramática española, asistiendo junto a sus madres a todas las novenas, quinarios y trinarios que había en las iglesias de la ciudad, realizaban su vida social bien vigilada y llena de prejuicios. En realidad crecían con la resignación de que así era y que nada iba a cambiar, no había otra alternativa ni solución.

Desde muy niñas se iniciaban en el aprendizaje del arte culinario, el punto del hilván, la pata de gallo, puntos de obras cruz, el bordado al tambor en cañamazo, el tejido punto de media, trazar el coco, la costura de ropa en forma prolija y elegante zurcido invisible, planchado de cuello y puños postizos; en fin toda la gama de enseñanzas que con santa paciencia les inculcaron sus madres, recalcando ante todo el arte de agradar, es por eso que las niñas de antes tomaban clases de piano, leían los clásicos, aprendían todos los rezos de memoria y estudiaban geografía, con el fin de hablar y soñar con posibles viajes a esas tierras encantadas del “fin del mundo” que conocían por los cuentos de hadas.

Los padres, preocupados con sus “chancletas” conseguían profesores de piano, declamación, francés, en fin cualquier cosa que podría dar adorno a una mujer. Nada peor entonces que una mujer que además de ser poco agraciada no poseía algún talento, como la de decir una linda recitación al centro del salón, tocar el piano, hacer sonar armoniosamente la guitarra o el arpa, todo por supuesto para deleite de los convidados en esas largas tertulias nocturnas de la “hora del chocolate”, para los padres motivo de orgullo y alegría inmensa de madres, abuelitas y tías solteronas, que no perdían un detalle de las miradas lánguidas de cordero degollado del galán que había sido invitado “ex profeso” en la ocasión.

Suelen tener los consejos humildes de las madres de antaño, nacidas al calor del sentimiento ingenuo en el que fueron criadas, vida más intensa y duradera que los modernos, prácticos y científicos. Estos consejos que les fueron ensenados a ellas por sus madres, ayas y monjas de conventos, difieren mucho de los que hoy en día les damos a nuestras hijas, ya que en la era vertiginosa y de velocidad en que vivimos, ellas resultan ser las que ahora nos aconsejan.

Sin embargo, aquellas advertencias que nos dieron nuestras abuelitas jamás fueron olvidadas y siguen siendo aplicadas por tradición y costumbre en todos los hogares. Jamás olvidaremos la primera vez que fuimos madres al igual que ellas como nuestras mamás nos entrenaron en el arte de la puericultura, indicándonos con lujo de detalles y hasta la exageración el nombre y uso de todos los pañales habidos y por haber, fajeros, bayetas, castillas que debían usar nuestros bebes. El modo de agarrar la cabecita para que no se le tuerza el cuello. Al bañarlo antes de ponerlo al agua, bendecir la frente del pequeño con un chorrito de ella para que no se ahogue.
Nada mejor que una invocación a todos los santos de la corte celestial para defenderse de las enfermedades o de las catástrofes.


¡Qué hacer cuando el niño se atora! Nuestras madres lo hicieron porque sus abuelitas también y aun lo hacemos nosotras. Que no cunda el pánico, el pequeño se atoro, se le levantara los brazos hacia arriba y dándole golpecitos en la espalda a gritar “¡San Blas...San Blas! Ya estuvo no paso nada. San Blas actuó y listo. Asimismo, cuando hay una tormenta, se apagan las luces, se siente el retumbar del trueno que antecede al rayo que va a caer, todos en la casa a hacerse la señal de la cruz gritando “Santa Bárbara doncella líbranos de tu rayo centella”. El rayo cae en otro lugar y todos contentos, hasta la luz se vuelve a prender.

Una abuelita amorosa se santiguara al saber que su hija toma pastillas para dormir y le aconsejara que para el insomnio, no hay nada mejor que una tacita de leche caliente o el matecito del cogollo de la lechuga. Para la temperatura de los niños le dirá que bata la clara de un huevo a punto de nieve y la coloque en el vientre del paciente, la temperatura hará que la clara se vuelva merengue, pero le quitara el calor.

Sufrirá cuando su hija viaje en avión o a los Yungas, “¡el camino de la muerte” que atroz! Le aconsejara que al entrar al avión rece diez Padre Nuestros, diez Ave Marías y diez Glorias y siete Salves por si acaso y ella prendera una vela a San Cristóbal todo el día hasta que llegue el avión a su destino.

Le recomendara cien veces que no salga sola de noche y que agarre bien su cartera. La santiguara tres veces al verla salir y hará el signo santo en cada frente de sus hijos y nietos al despedirse de ellos dándoles la bendición.

Llorara al saber que los nietos irán a un día de campo y encenderán otras velas para que no se pierdan o para que no se los lleve el rio. Procurara que no tomen leche o crema después de una comida de cerdo y prohibirán mil y un frutos que, según ellas, son “frescos” en los días de la menstruación.

Para ellas todos los platos son indigestos, ventosos o pesados y la llamaran a una como cinco o seis veces para contarles como fulana o mengana está en la clínica porque ceno pollo a la naranja con crema o comió mayonesa muy tarde.
Sus remedios magistrales no tienen fin, nada mejor que las tisanas, las cataplasmas, el alcohol alcanforado, las hojas de tilo para el ataque de nervios o mejor si es una infusión de hojas de naranja. Para el cólico de origen nervioso y resultante del frio o del estreñimiento, basta tratarlo con fricciones de aceite caliente, en el cual se ha hecho refreír unas cuantas flores de manzanilla.

Para la ciática he aquí un remedio heroico y que a menudo triunfa en esa clase de dolores, claro según ellas y de acuerdo al “Almanaque Bristol” y aplicado para la ciudad de La Paz:

Sobre la parte afectada se pondrá una pieza de lana de vicuña o alpaca, mejor si es un refajo de lana de oveja o un trozo de castilla, se pasara la plancha caliente varias veces. Cuando él o la paciente estén morados de la quemazón, ya se habría de pasar el dolor, o también nada mejor que una buena “kakoreada” con coca macerada en alcohol o una “talanteada” en bayeta de la tierra.

Criadas con tanta severidad, dan alaridos, invocan a San ¡Antonio y a San Silvestre cuando ven que su hija o nieta no lleva ropa interior, combinación completa!

¡Como andar venteándose así de ese modo, eso no tiene nombre! Que calamidad. Después de protestar y al no lograr que la nieta o la hija se ponga la bendita “combinación” las amenazas son inevitables:

Cuando seas mayor te vas a acordar de mí, ya vas a ver los dolores de riñones que te van a dar, te vas a doblar en cuatro por tu espalda, el costado de va a tronar, entonces vas a decir: Porque no le habré hecho caso a mi abuela. Porque no me puse los cien refajos que ella me decía.

Las predicciones no paran, hasta le auguran a una que tendrá un mal parto y sus hijos serán raquítico y desnutridos, no como los de ella que pesaban cinco kilos, porque no hay una que diga que su hijo no pasaba de los cuatro kilogramos, a las abuelitas nadie las para, al final de cuentas y con tantos agüeros, hay que usar la bendita combinación por mas “pasarata” e incómoda que sea.

Estas tenaces señoras que fueron las abuelas de antes, aparte de ser maravillosas hacendosas amas de casa, fueron excelentes farmacéuticas. Para una madre de antaño su “botiquín” era el tesoro más preciado y ellas conocedoras de cada caso hacían uso de todo lo que contenía. Para los dolores agudos de vientre, de oídos o de muelas, nada mejor que unas gotas de “láudano”.

Para el empacho gástrico, tintura de ruibarbo o de “cascara sagrada”. En el “Botiquín” no podía faltar un frasco de amoniaco, tintura de árnica, de yodo, sales inglesas, bicarbonato de soda, para los dolores de estomago, leche de magnesia, aceite de ricino, “Emulsión de Scott” y varios paquetes de hierbas para mates y tisanas.

Aquellas madres curaban todo y rápido, además tenían de aliados a los santos especializados en enfermedades de toda índole y así la cosa se hacía más llevadera.
Para el dolor de cabeza una oración a Santa Ludvina, el dolor de muelas lo curaba Santa Polonia, Santa Gertrudis para el mal del corazón, Santa Tecla para la boca torcida, Santa Lucia para los ojos, San Blas la tos, Santa Lucrecia el asma. Santa Engracia el hígado, San Pantaleón curaba las almorranas, San Valentín el estreñimiento, el Tata Santiago el reumatismo, San Ramón “candadito en la boca” para los mal hablados y así entraba en acción toda la corte celestial, cataplasmas, tisanas, sinapismos, ventosas, todo eso lo hacían.

¡Qué cansancio! Fricciones, kakoradas. ¡Estas mujeres fueron heroínas, madres de antaño! Sabañones, caritas phasphadas…que inviernos Dios mío, resfríos, coqueluches toses, catarros. ¡Qué trabajo! Donde estaban las ampicilinas.

La mentalidad de hoy, la mentalidad comercial, fría, dura, es desolada como un paramo, si bien es cierto que la educación de la mujer ha variado mucho y los tiempos de antes parecen un cuento cómico, es muy dulce pensar que todavía existen madres que recuerdan los consejos de sus abuelas, porque ellas dejaron tradición, calor de hogar y muchísimo amor, que algunas dichosas todavía tienen.



¡FELIZ DÍA DE LA MADRE BOLIVIANA A TODAS LAS ABUELAS DEL MUNDO QUE SON DOS VECES MADRES!


Isabel Velasco.

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Ooh Don Alonso

1 comentario:

  1. Como siempre un artículo lindísimo Isabelita (por lo menos me queda tu revista).
    Yo también recuerdo que mi abuelita Margarita tenía una farmacia completa para curar todos los males... pero todo natural. Ella iba a visitarnos cada semana y nos llevaba unas dos bolsas llenas de víveres y no faltaban los ramitos de zarzapallilla, cola de caballo, manzanilla, anís estrella, boldo y muchas más y le explicaba a mi mamá la utilidad de cada yerba. Nos venía al pelo porque ir al doctor y comprar medicinas en una farmacia estaba lejos del alcance de la economía familiar.
    Es estos tiempos, mucha gente e inclusive doctores, están acudiendo nuevamente a los remedios naturales, libres de químicos que causan cáncer y otras enfermedades degenerativas propias de este siglo. En mi casa siempre preferimos darles a las niñas un matecito de anís para el dolor de estómago, naranja caliente con miel de abeja para la tos, ciruelas pasas para el estreñimiento o una buena limonada caliente para la gripe.

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