18 de junio de 2017

LAS VALIENTES MADRINAS DE GUERRA


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Hay momentos indescriptibles en la vida de un ser humano, hechos que no se pueden narrar pues la emoción, esa sensación de miedo, euforia o incertidumbre que se siente al escuchar una sirena, o las campanas de los templos anunciando el estallido de una guerra, son sentimientos que han quedado entre los recuerdos imperecederos de aquellos que los vivieron.

Escuché muchas historias de la Guerra del Chaco, de personajes que estuvieron allí, de bolivianos que lucharon por el país, esta que estoy a punto de narrarles, es la que más me emociono!

Ver a las personas quedarse estupefactas o corriendo hacia sus casas para llevar la noticia a sus familiares: “La guerra ha estallado”! esa noticia sacudió el espíritu de toda una nación.

Fueron estos momentos en los cuales el valor y el patriotismo se confundieron en un solo anhelo: el “Servicio a la Patria”.

Así fue que el 14 de junio del 1932, ante lo inevitable se produjo el llamamiento a los reservistas que ya habían cumplido su servicio militar para que se presenten a los cuarteles.

En la ciudad de La Paz, el lugar de cita de toda la juventud convocada, la cual sin distinción de clases sociales, acudió a presentarse, fue el Cuartel de Miraflores.

La sirena de “La Razón” se escuchaba de uno a otro confín de la ciudad, llamando a todos los jóvenes. Dicen que cada vez que se la oia todos los muchachos de esa época temblaban de emoción, la convocatoria también producía en todos los hogares una gran euforia de patriotismo.

Todos querían ir a la guerra, la ansiedad en los jóvenes era incontrolable, los deseos de servir a la patria tan vehemente e indisoluble. Ante este hecho las madres sumidas en el dolor más silencioso y disimulado no podían hacer otra cosa que resignarse pues era BOLIVIA que necesitaba de sus hijos.

Con mayor razón si estos jóvenes participaban de cualquier demostración callejera en contra de la nación que nos había agredido. En esos momentos no se sintió decadencia, solo el deseo abrasador de marchar al frente.

Todos deseaban ser los primeros , era tan grande el entusiasmo de esos muchacho, muchos que no habían cumplido la edad militar, no obstante se presentaron para ofrendar su vida y sacrificio. De ahí tantos muchachos menores, casi niños, a quienes no los pudieron rechazar y que combatieron en el Chaco.

Cuantas madres, con el corazón hecho pedazos, demostrando un valor espartano, entregaron sus hijos, hubo algunas que despidieron hacia el frente cinco hijos, quien sabe más, nadie podía eludir esa obligación sagrada, todos estaban conminados a cumplir con su deber.

Después de haberse presentado en los cuarteles, los jóvenes salían de allí uniformados, con lo que la gente de esa época llego a llamar “la mortaja” o sea el uniforme militar. Así llegaban a sus casas orgullosos, sin presentir el dolor contenido de sus madres y hermanas, las que disimulando las lágrimas tenían que arreglar los uniformes que no siempre eran bien confeccionados. Una vez que se habían entallado las chaquetas, subido las bastillas y recosido los botones, esos noveles soldados lucían “pijes “con sus “mortajas” a la medida.

Días antes de la partida al frente, comenzaban las despedidas e invitaciones que se ofrecían. No faltaba la nota social en la prensa que anunciaba los ágapes en honor a los conscriptos que se iban deseándoles mucha suerte y un regreso victorioso.

En esas circunstancias apareció la moda de nombrar “Madrinas de Guerra”, la cual fue copiada también por los paraguayos, estos nombramientos llegaron a ser una verdadera institución. Generalmente se nombraba “Madrina de Guerra” a la novia o a la “polola”, así como a una dama distinguida de la sociedad amiga de la familia.

Elegantemente uniformados iban a visitar la casa de la “futura madrina”, donde eran recibidos con mucho cariño y consideración, después de los saludos de rigor, la tertulia obligada de la guerra, el regimiento al que debían pertenecer, se procedía a nombrar a la Madrina, nombramiento que no se podía rechazar, pues no era algo honorario sino que constituía un deber cívico, quien se iba a negar proteger aun cuando sea con sus oraciones y sus desvelos, a un joven que iba a defender el suelo que nos cobija, la patria amada que está en peligro.

Una MADRINA DE GUERRA se comprometía a escribirle, rezar por él, velar por su madre, por sus hermanas, visitarlas, acompañarlas. Era un compromiso ir a despedirlos a la estación, llevándoles flores, fotos dedicadas, escapularios, medallitas, detentes bordados, coca, dulces, cigarrillos y hasta un mechón de sus cabellos. Es de imaginarse la emoción y el dolor de esas valientes jóvenes quienes como Madrinas de Guerra demostraron su valor y entereza al despedir a sus novios o enamorados a una muerte casi segura, pues nadie tenía la certidumbre de que iba a regresar.

En esas épocas, casi todos los días salía un destacamento, a veces dos, según el movimiento de los trenes la Estación Central se llenaba de gente, así como todas las calles de la ciudad.

Ahi se producía el último abrazo. Muchos soldados no solo tenían una “madrina de guerra”, se veían rodeados de jovenzuelas quienes los llenaban de halagos y recomendaciones. Al despedirse de sus madres se hincaban y recibían la bendición de sus madres algo que los habría de acompañar hasta su regreso.

El tiempo pasaba volando, las recomendaciones, los abrazos no eran suficientes, las miradas de amor entre esposos y novios parecían eternos, se quería retener los minutos, prolongar más la presencia de los seres amados, inexorablemente sonaba el silbato de la locomotora que anunciaba la triste despedida, ahí temblaban los corazones, se estremecía el cuerpo de dolor…el ultimo abrazo y el adiós.

Difícil imaginarse el momento enternecedor y sublime, las lágrimas silenciosas preñadas de angustia rodaban por las mejillas de las madres, novias y madrinas, el dolor oculto de esposas o hermanas.

Suben al tren rápidamente, poco a poco se ven salir cientos de cabeza por las ventanillas y ellos alegres dicen adiós con las gorras del uniforme militar, las bandas de música se confunden con los hurras y vivas de la gente que grita emocionada y retumba en toda la estación.

Al partir el tren afloran los pañuelos blancos en el aire y las mujeres recién hacen saltar las lágrimas de toda la angustia reprimida en presencia de los hombres, en ese instante saltan los corazones, mitad del alma se va con ellos. A medida que avanza el

motorizado se escuchan gritos emocionados de la muchachada que gritando se va: Viva Bolivia! Ganaremos a los Pilas… Volveremos y triunfaremos!

Pausadamente se aleja el tren, luego más rápido la locomotora se pierde en lontananza envuelta en una nube de humo, todos en la estación esperan hasta que esta se esfuma en la mirada, muchas madres en el andén han quedado postradas de rodillas con los brazos abiertos, sin soportar el dolor siguen con el alma en los ojos a la máquina que se pierde como un punto en la distancia.

Se fue mi hijo…Dios mío! Quién sabe si lo volveré a ver!!

El Soldado boliviano servidor de su patria se va a la guerra, orgulloso, altivo, lleno de júbilo.. Si ellas pudieran verlos ahora en el tren candando:

QUIEN TOCA LA PUERTA

YO SOY SEÑORAY

VENGO A DESPEDIRME

AL CHACO ME VOY!

Fueron muchos los soldados que tuvieron Madrinas de Guerra, por todos los lugares donde pasaban o se quedaban, ya sea muchachas que habían conocido allí o allegadas a la familia. Ellas los ayudaron, los recibieron y despidieron, los confortaron, curaron sus heridas.

Fue magnifico en ese tiempo la labor de las madrinas tarijeñas, ellas los recibieron y los siguieron hasta la frontera, curaron sus penas y muchas se hicieron novias de ellos. También se encargaron de escribir noticias a las madres, contándoles que habían visto a sus hijos, que estaban bien, etc. muchas veces inclusive tuvieron la dolorosa misión de comunicarles que ellos habían caído en acción.

Esta obra múltiple y compleja de la retaguardia, especialmente en la labor que efectuaron las señoritas “Madrinas de Guerra”, tuvo una eficiente labor de aliento, valor y enteraza, la misma que vitalizo el corazón de los combatientes, sin ellas sus glorias aun siendo grandes no hubieran sido completas.

A todos los soldados, madres y madrinas bolivianos, les agradecemos. Son la gloria de la nación. Soldado reverente héroe anónimo, hijo del pueblo que al conjuro de la palabra mágica “BOLIVIA” diste tu sangre y tu vida a ti te saludamos héroe inmortal que defendiste denodadamente los más sagrados principios de justicia y libertad de nuestra nación, que si bien es pobre, jamás será derrotada en su espíritu!

Tus proezas legendarias serán cantadas por los poetas y tu sombra vagara por las selvas y cañadas inmensas del Chacho, montara guardia por los siglos de los siglos en beneficio de nuestra patria.

A todas las mujeres benditas que perdieron hijos, enterraron solo la carta y nunca supieron donde quedo el cuerpo de su hijo! A esas mujeres que siendo “madrinas de guerra” acompañaron a los soldados, curaron sus heridas y sacaron sus pañuelos blancos para despedirlos en las estaciones del tren, a esas que los siguieron durante la campaña gracias! Mujer boliviana, fuerte, esposa, compañera, guerrillera, madre de familia, madrina, profesional y activista la historia dirá algún día cuan valiente fuiste, eres y lo serás.

Isabel Velasco

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