La “Alasita” que celebramos cada 24 de enero es una festividad tradicional del folklore paceño, la cual se conserva al correr de los años como una diversión de bullicio y alegría, por supuesto con el entusiasmo que no dejara de recordarse.
Su origen se remonta a la civilización
aymara, pero la historia de esta fiesta típicamente paceña tiene su causa en el
célebre alzamiento indígena encabezado por Tupac Katari, quien con miles de los
suyos puso cerco a la ciudad en 1781.
Pacificada fue la rebelión por el
“chapetón” Brigadier español Sebastián Segurola, Gobernador político militar de
La Paz, quien salvó a la ciudad del terrible asedio.
Develada la sublevación en acción de gracias a
Nuestra Señora de La Paz, a cuya intercesión divina se atribuyó la victoria, se
programó para el mes de enero de 1782 una serie de actos conmemorativos para
festejar el triunfo y como fecha principal se señaló el 24 de enero, día
consagrado a la Virgen de la Paz.
Los mestizos no habían quedado
tranquilos con el triunfo de Segurola y su ojeriza por los españoles estaba
candente, a tal punto que la fiesta de Alasita se convirtió en una
manifestación burlona y caricaturesca para ridiculizar a los chapetones, en la
que todo, absolutamente todo lo que se presentó para la venta en la fiesta
resultaba ser una convencional ridiculización a las huestes de Segurola:
animales, casas, gentes, muebles, enseres, vestidos, utilería, abarrotes,
vivieres y mercancías, todo era en miniatura.
La figura central de esta feria es la
figura del “Ekeko” llamado también el Dios de la Abundancia. El Ekeko es la
presentación de un hombrecito pequeño, de gran cabeza, regordete, piernas
cortas y brazos largos. Tiene rostro sonrosado y rubicundo, alegre con aires de
viajero, de una sonrisa sugestiva y maliciosa, más propiamente es un remedo de
la cara de Sebastián Segurola. Es necesario vestirlo y equiparlo con toda la
indumentaria posible, sombrero de lana de oveja, gorra “lluchu” multicolor, la
bufanda y el poncho de lana, chaleco de fantasía y manguitas de lana a todo
color. Luego se lo carga con escarcelas llenas de cigarrillos, la chuspa con
billetes de todo corte y color un cesto de coca, una lata de alcohol, un mazo
de chancaca, una talega de harina y otras de azúcar, cocinas, sartenes, ollas,
herramientas y todo lo que pueda aguantar encima.
La fiesta del personaje que nos ocupa,
en tiempos del Collao se celebraba durante tres días en el solsticio de verano
el 21 de septiembre. Durante el periodo colonial, don Sebastián Segurola y
Machani, Gobernador Intendente de La Paz, después de haber salvado a la ciudad
del terrible asedio por Real Ordenanza trasladó la fecha y la primera Alasitas
tuvo lugar con la mayor solemnidad y más alegría que antes, oportunidad en que
disimuladamente se introdujo el culto al legendario “Ekeko” debido a los hechos
que ocurrieron durante esa celebración.
La Plaza principal de ese entonces
tenía cuatro ángulos llamados: Chaulla Khatu, el Colegio, el Cabildo y la Casa
del Judío, fue por allí que entro en comparsa una multitud de jóvenes
disfrazados, bailando al son de cajas, piedras e instrumentos musicales,
llevando chucherías y objetos pequeños con la palabra “Alasita...alasita..” la
misma que significa “Cómprame”. Hubo también corridas de toros y por la noche
los españoles continuaban la fiesta disfrazándose también con sombreros de
cartón, caretas y barbas semejantes a las de un chivo.
Desde los primeros tiempos y durante
el coloniaje, la Feria de Alasita se efectuaba en la Plaza de San Francisco,
los gobiernos republicanos le dieron realce en la Plaza Mayor, llamada también Plaza
de Armas, Plaza 16 de Julio y ahora Plaza Murillo.
El 24 de enero la población se reunía
en la Iglesia Catedral para rezar la Misa de fiesta dedicada a Nuestra Señora
de La Paz, patrona de la ciudad y luego correspondía el paseo por las ocho
veredas y calles, adyacentes de la Plaza, para la venta y compra de los objetos
expuestos en miniatura en medio del bullicio y la gritería de la oferta y la
demanda.
La Alasita de antaño era la
manifestación del progreso artesanal que año por año se superaba en competencia
abierta, exhibiendo el adelanto artístico y la mano de obra de los artesanos en
todo aspecto. En ella destacaban las “cholitas” con sus sombreros de paja
blancos como la nieve, importados de Panamá, coloridas mantas de seda de la
China, polleras de gros y terciopelo diseñadas al nivel de la rodilla, enaguas
y centros almidonados que rechinaban al paso de las botitas de taco alto y
media caña.
Por el año 1917, las cuatro aceras de
la Plaza Murillo se repartían de la siguiente manera: la acera del Loreto,
específicamente para la venta de objetos artísticamente tallados en plata y
madera. La acera del Palacio de Gobierno, únicamente para ebanistería, la acera
del Lucero solamente para talabartería, objetos de cobre y cerrajería. La acera
de “Doña Cualidad” sección esculturas, casitas, ekekos, Queveditos”, “kusillos”
y demás objetos de estuco moldeado. Alrededor de la Plaza, los puestos de
confituras, cigarrillos, harina, azúcar y todos los productos de abarrotes en
general.
Otra de las variedades de las
“Alasitas” de antaño, la cual persiste, eran las ediciones de periodiquitos
bien escritos, con fondo literario jocoso de mucho ingenio y categoría.
Entre las costumbres que no se han
perdido y son muy tradicionales, están las compras en Alasitas de una casita,
un autito, una chacarilla, etc. Con la esperanza de que esa compra se convierta
en realidad en el curso de ese año.
Algo muy típico en Alasitas es la
emisión de billetes pequeños de varios valores y corte de la moneda nacional,
es divertido pensar que, en estos días, ya la plata boliviana no es atractiva,
más bien se venden dólares y “euros”.
Por su parte las madres de familia de
esas épocas, las cuales durante todo el paseo se habían visto acosadas por sus
hijos, tratando de evitar sus pedidos para comprar todo lo que ellos veían,
terminaban adquiriendo los famosos “quimsacharanis” esos se vendían en la
cuadra que queda detrás del Panóptico. Eran muy apreciados los trabajos que
realizaban los presos de San Pedro especialmente los camiones, colectivos y
caballos tejetas que ofrecían a la clientela de la feria.
Allí también se compraban enseres para
el hogar, como ollas de barro cocido, chuas, wisllas y hermosas jarras
bellamente decoradas, cubiertas de brillante barniz, traídas por las
“cochabambinas.
Todos los que asistían a las
“Alasitas” sabían lo que debían comprar, grandes y chicos. Las amas de casa adquirían
toda una recova, enseres para el hogar, conservas, artículos de limpieza y un
lindo par de macetas con geranios para reemplazar a la vieja pelargonia media
seca del zaguán, o una enredadera de madreselvas.
Muchas añoranzas guardamos de la
“Alasita” en San Pedro, los famosos pasteles, pancitos y kaukas de la “Llanta
Baja” quien cada año vendía en la esquina de la plaza, todos se acercaban a
ella a fin de admirar las fabulosas joyas que lucía en todos los dedos de sus
manos, había que ver con que finura manejaba las pinzas para vender sus
pasteles ya que los anillos le impedían mover los dedos con facilidad. Ella fue
el símbolo de la “Alasita” y su recuerdo perdura, los paceños de corazón no
olvidaran los dulces de la Florentina, los ekekos de Doña Flora y los
exquisitos dulces y masitas de todas aquellas mujeres que, con cariño y
dedicación, hicieron de la alasita de antaño una fiesta de elegancia arte y
amor.
FELIZ DÍA DE ALASITAS
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