22 de mayo de 2020

LOS ÁNGELES DE LLOJETA


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El suceso que estoy a punto de narrarles quedo grabado en todos los corazones de la ciudadanía paceña de los tiempos de los abuelos ya que los causales del mismo promovieron hondos pesares de culpabilidad, no solo en los grupos cercanos de las víctimas, sino también en todos los ámbitos sociales de nuestro pueblo. En esos días todavía en La Paz no se conocían los hechos de violencia, las pandillas, la droga, la pornografía y todos esos males que hoy aquejan a nuestra sociedad y están causando graves situaciones de inseguridad y desaliento.

El 2 de mayo de 1958 presentaba un domingo lleno de sol. En la placidez del ambiente en todos los hogares paceños se habían dispuesto desde muy temprano los ajetreos dominicales que comenzaban con la asistencia de toda la familia a la Santa Misa. Eran tiempos en que los jóvenes asistían al acto dominical celebrado en todos los establecimientos católicos donde estudiaban. Así pues los colegiales a su deber con Dios en el colegio y la demás familia a su parroquia, luego la tradicional matinal en los cines favoritos de la juventud paceña de ese entonces: el Seis de Agosto, el Princesa, el Cine La Paz, el Tesla, para concluir la mañana felices y contentos en el paseo del Prado, después de una pasadita por la salteñería más concurrida que en esa época era la famosa del final de la Avenida 16 de Julio “El Prado”, la inolvidable “El Tokio”. Mientras esta juventud sana y tan alegre de esos años daba vueltas y vueltas alrededor del Prado, risas van risas vienen, coqueteos, cadetes y margaritos, nadie ni por un minuto sospechaba que, en el lejano barrio de Sopocachi, por las serranías de Llojeta, se estaba llevando a cabo un drama sin precedentes enmarcado en la desesperación más profunda. El hecho, sin lugar a duda, habría de causar hondos sentimientos de dolor en toda la población.

Gaby Rodas C., pequeña niña de 14 abriles, Remy Sánchez R. y Martha Angulo B. ellas dos menores en un año, amigas inseparables, lindas niñas compañeras de estudios del Liceo La Paz, ese domingo particularmente, según lo expresado por sus padres, se arreglaron extrañamente con singulares detalles de pulcritud, vistieron sus trajes nuevos y se peinaron con excesivo cuidado, este rito no llamo la atención de los señores Roda, Sánchez ni Angulo, ya que por ser domingo de paseo en el Prado era de esperarse que estuvieran lindas, sin embargo lo que si los hizo pensar un poco fue el hecho de que lo hicieron lentamente, tristes y con cierto aire de melancolía. Nada comparado con otros domingos en que este afán se lo realizaba con prisa y a las “volandas”. Más aun el detalle de que se despidieran con expresivo cariño…algo que según declaraciones posteriores de los padres “les llamo profundamente la atención”. Las tres niñas salieron de su casa a las 9:30 de la mañana, tal parece que su proyecto estaba muy bien planificado, con rumbo seguro se dirigieron a la Misa de San Francisco, ese domingo oficio el Sacramento el Reverendo Fray Cadima, padrecito muy conocido y querido por los jóvenes por su condescendencia, amistad y comprensión.

Terminado el oficio religioso, Fray Cadima entró como de costumbre a la Sacristía, al lado del altar mayor de la Basílica comenzó el ritual de cambio de sus vestiduras sagradas por las del hábito del Seráfico de Asís…mientras lo hacía…vió preocupado como en la puerta de la Sacristía tres niñas lo esperaban con atención, las miró y ellas se le acercaron con una devoción conmovedora, Cadima vio lágrimas en sus ojos y les preguntó la causa de su pena, el por qué de esa angustia tan desgarradora. Remy, Gaby y Martha le pidieron la bendición llorando.

Luego le explicaron que habían acudido a la Virgen de Copacabana, pues “se encontraban mal en sus estudios”. El Reverendo conmovido, como después declaró, les dió la bendición con agua bendita, les aconsejó, reflexionó y las despidió pidiéndoles que tuvieran fe en la Santísima Virgen de Copacabana. Dice que al salir de la Sacristía el Padre Cadima acompañado de un grupo de monaguillos sintió que se le salía el alma del cuerpo y un escalofrió de terror cruzaba todo su ser, vió a las tres señoritas postradas al pie de la Virgen, espero unos quince minutos consternado y las vió salir con las cabezas bajas, sumidas en los más tristes pensamientos.

Acostumbrado el reverendo a ver estas escenas de amor hacia la Virgen, se recogió al convento y volvió a sus quehaceres. Esta fue la última vez que alguien las vio juntas, las tres tenían un rumbo y su viaje era sin retorno.

Tomaron el Colectivo “Dos” emprendiendo ruta hacia la localidad de Llojeta subieron los cerros sin titubeos, ¡macabra excursión!

Por esos años se daban los exámenes finales a principios del mes de noviembre los alumnos que no se habían preparado bien, sin más remedio debería ir a “desquite”, este era el severo castigo por no haber estudiado durante todo el año escolar, tendrían que hacerlo en las vacaciones las que generalmente duraban tres meses, es decir 90 días de estudio, ni soñar con divertirse, lo que desgraciadamente tenían que soportar para luego dar el examen y así salvar el año escolar o en su defecto terminar en un humillante aplazo, al parecer las niñas de nuestra historia se habían aplazado también en el “desquite”.

Los que leen estas líneas se deben acordar que un “aplazo” en la vida de un estudiante de antaño era la antesala del infierno, mucho más comunicar a los padres la noticia, ya constituía una tortura que decididamente se cambiaba con mucho gusto con la mismísima muerte.

Es de imaginarse qué pensarían sus almas blanquísimas, su innegable inocencia, tres meses tuvieron que esperar para este acto inquisitorial, qué terribles ideas pasaron por sus mentes, qué sueños les atormentaron, ¡nadie jamás lo sabrá! La rigidez, incomprensión de sus padres, maestros, amigos pretensiosos y otros factores hicieron que nuestras tres palomas blancas, tomaran la trascendental decisión de quitarse la vida, confeccionando un plan que las llevaría al fatal trance, el cual terminaría con todos sus sufrimientos.

Según dos cartas escritas por la menor de ellas, Gaby, antes del domingo 2 de mayo de 1953, registradas en la prensa de esos tiempos, delatan que el suicidio era lo “único que les quedaba” y pedían a todos perdón y comprensión.


Escribo estas líneas con un dolor incontrolable ya que yo también supe lo que era sacarse un “cuatro” y que decir de un “tres” con tinta roja en la libreta. Por supuesto como expresé anteriormente “eran otros tiempos” en los cuales existían valores diferentes, respeto, convencionalismos que hoy en día están totalmente perdidos.

¿Qué extraños misterios, atracciones, enigmas se encierran en los cerros de Llojeta? ¿Por qué estos son escogidos siempre por los desesperados para terminar sus tribulaciones? ¿Qué ocultos sortilegios, vibraciones existen es esos riscos de tanta belleza? Es algo enigmático. Llojeta fue el escogido por las tres niñas, ¿qué pasó cuando subieron los cerros? ¿Charlaron sobre sus vidas? ¿Se contaron cosas de chicas? ¿Echaron a la suerte sus vidas? ¿Marcharon sin titubeos? …con ellas se fueron las respuestas.

Tres disparos, solo ellas ante la inmensidad de la muerte, nadie acudió al trágico escenario, tres balazos de una Smith Wesson segaron la vida de estas pequeñas inocentes, cuando recién abrían sus corazones al futuro a lo bello y amargo de la realidad de este mundo. Gaby y Martha presumiblemente se habían parado al borde del barranco para caer después del impacto, se las encontró junto a la rivera del rio que atraviesa el profundo risco. Remy la menor con una sangre fría increíble se había auto eliminado, su cuerpo quedo en la orilla del farallón, un precipicio de cincuenta metros.

Ante la misteriosa desaparición de las jovencitas, los padres iniciaron la búsqueda, avisaron a las autoridades y la noticia se difundió rápidamente. Sus amigas del Segundo de Secundaria del Liceo La Paz contribuyeron a la búsqueda, la policía se hizo cargo de las pesquisas y todo lo que acostumbra en estas situaciones. La Angustia de los padres era incontrolable, sin embargo, pronto se supo la triste nueva de que las niñas se habían suicidado en Llojeta, determinando que en la mañana del domingo 2 de mayo, una de ellas cogió el revolver Smith Wesson calibre 32 No.17750 de propiedad de Máximo Sánchez, tío de una de ellas, que fue encontrado junto al cuerpecito de Remy.


La noticia corrió como reguero de pólvora, toda la población se consterno con el hecho, el sepelio fue doloroso y multitudinario. Tres urnas blancas transportaban sus restos al Cementerio General en medio del llanto general de centenares de alumnas del Liceo La Paz y otras representantes de otros colegios, miles de ramos blancos acompañaron el triste desfile, nunca antes en La Paz se vió una demostración tan sincera de dolor. Así fue la despedida de los tres ángeles que desde los cerros de Llojeta levantaron vuelo para siempre.

Isabel Velasco
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