25 de abril de 2020

El Milagro del Tambo de Harinas

Dicen que allá por el año 1703 en la plaza de la iglesia de San Francisco desde 1555 cuando don Juan Ramón ejercía el cargo de Corregidor de la Ciudad de Nuestra Señora de La Paz se estableció el Tambo de Harinas primera casa de venta de maíz trigo quinua y cebada. En esta gran casona de varios patios se alojaban comerciantes criollos llegados del altiplano, especialmente de Copacabana, chapetones hidalgos, infinidad de aventureros llegados del Cuzco y Arequipa y forasteros de mala reputación.

Durante el día los enormes y amplios patios eran escenario del ruido de los comerciantes que vendían sus productos, los pesaban y regateaban en el más grande laberinto producido por negociantes y bestias que resoplaban y vociferaban al mismo tiempo. En medio de ese maremagno de gente de toda clase, indígenas, mulas y caballos existía como un oasis de paz y serenidad un zaguán donde se encontraba empotrada la Virgen de Remedios quien había sido patrona del lugar desde tiempos inmemorables, sin que nadie recordase quien allí la había puesto. Por la noche en una increíble metamorfosis este centro comercial se convertía en un sórdido garito de juego famoso por los personajes que lo frecuentaban, aventureros licenciosos tahúres de mala fama tipos de baja calaña mariposas nocturnas delincuentes y convictos que aprovechaban las sombras de la noche para jugar sus últimos centavos, robarse mutuamente en las mesas de juego de esa casona destartalada y luego de tanto correr ir a dormir una buena noche con una de las prostitutas que allí se ofrecían.

Uno de los más asiduos concurrentes de ese antro era un tipo de mala estampa mafioso y pendenciero llamado Pizarro Cañizares, criollo natural de Copacabana, quien diariamente trabajaba lavando oro en el rio Orchojahuira  de ahí al atardecer se dirigía ávido de lanzar los dados y armar una que otra trifulca al Tambo de las Harinas, donde era conocido y temido por todos.  Así jugador, buscapleitos y camorrero como era jamás se olvidaba de pasar delante de la virgen para decirle una oración, prenderle una velita de cebo y pedirle implorando ayuda antes de emprender una partida para jugar con buenos resultados. La bella efigie de la dulce  virgen parecía comprender las debilidades de su devoto y lo miraba con el mismo amor que una madre contempla a su hijo descarriado.

Mas sucedió que una noche de junio de ese año Pizarro Cañizares se hallaba en una noche de mala yeta pues la suerte parecía estar en su contra, el azar lo había abandonado por completo, durante toda la jornada la mala racha lo siguió sin descanso y vio cómo su bolsa de pepitas de oro mermaba. Finalmente vio como desapareció su bolsa del rico mineral reunido por el para esta suprema batalla por lo que experimento un vértigo y creyó que iba a caer. Con la cabeza aturdida y las piernas débiles por los tragos ingeridos fue a echarse sobre un banco de cuero que rodeaba una de las paredes del garito durante algunos minutos miro vagamente el gazapón clandestino donde había malgastado los más hermosos años de su juventud reconoció las cabezas descompuestas de los jugadores,  escuchando el ligero frotamiento del oro sobre los tapetes y el ruido tormentoso de los dados que rodaban y pensó que estaba arruinado y perdido.  Con esa angustia que invade a los jugadores se paró para conseguir dinero de donde sea, pues la noche era larga y todavía se podía recuperar, entonces atino solo en salir.  Paso por el zaguán donde se encontraba la Virgen de los Remedios y al verse frente a ella descargo toda su cólera ante la Santa Madre, profiriendo insultos y reproches, Exasperado y borracho saco un puñal del cinto diciendo “Y yo que te rezaba para que me ayudaras, te encendía una vela cada noche y tú me pagas así! Toma! Y furiosamente asesto certera puñalada en el rostro santísimo produciendo una enorme herida que empezó a sangrar abundantemente. No contento y con las chavetas totalmente descontroladas se abalanzo sobre el Nino Jesús que reposaba en los brazos maternales de la Virgen con la misma intención, pero ella en defensa de su niño levanto la mano y recibió la herida. Al ver esto el maldito Cañizares quedo tieso del susto. Se había producido un milagro! El no alcanzaba a comprender preso de la furia y borrachera que lo dominaban.

Los vecinos al oír las blasfemias, insultos de Pizarro vieron el milagro en todas sus facetas azorados y perplejos mustios de emoción gritaron Milagro! Precipitándose en estampida hacia el templo de San Francisco cercano al tambo, informaron sobre todo lo acontecido al Prior del Convento quien corrió hacia el lugar y vio con sus propios ojos como la virgen de los Remedio sangraba de la mejilla y de la mano, mostrando profundas heridas de puñal.
Mientras todo esto sucedía no muy lejos en la portería del Hospital de Mujeres sorprendió a esas horas de la noche la presencia de una hermosa señora que portaba un niño en los brazos, pidiendo atención medica de una herida en la mejilla y otra en la mano derecha que le sangraban abundantemente.  Como las heridas eran de consideración el medico de turno insistió en que la dama recibiera un tratamiento y le pidió que ingresara en el establecimiento cediéndola una covacha separada después que fue curada, entro en ella corriendo las cortinas y pareció que se hubiera acostado. En esos precisos momentos en el Tambo según los frailes franciscanos la cosa no tenía explicación se acaba de producir un portento más en los anales piadosos de la ciudad de La Paz, la noticia corrió como reguero de pólvora y los curas Juandedianos no tardaron en presentarse al lugar de los hechos con intención de llevarse al templo de San Juan de Dios la efigie de la Virgen ya que ellos eran los frailes hospitalarios cuya patrona era la Virgen de los remedios provocando así una división de criterios entre los curas que duró varias horas. La disputa entre unos y otros provoco la intervención del vecindario que se oponía a que la Virgen sea movida de su sitio intervino entonces la autoridad diocesana la cual resolvió conducirla al templo de San Francisco por ser el más cercano.

Al día siguiente muy temprano el portero del hospital que había estado toda la noche de  guardia frente a la puerta fue a la covacha de la enferma y no la encontró a pesar de que nadie había salido del establecimiento.

Averiguadas las cosas resultaba que se trataba de un milagro patente de la Virgen, los padres pudieron comprobar que la efigie se hallaba en su lugar y con las heridas curadas y en plena cicatrización.
De esta forma inmediatamente se confirmó el portento y con participación de la autoridad eclesiástica se hicieron los preparativos para que la efigie sea solemnemente llevada hacia el templo de San Francisco mas cuando ellos empezaron su trabajo para desprender el pedazo de muro donde se hallaba la Virgen vanos fueron sus esfuerzos cansados abandonados por las fuerzas veían con desolación que el muro no cedía dando más bien la impresión de que se fortalecía.

Correspondió entonces la intervención de los padres hospitalarios que pidieron probar también y cuando ellos lo hicieron la imagen no opuso la menor resistencia. Liviana como una luma se dejó llevar en solemne y triunfal procesión al Templo de San Juan de Dios, donde hoy se la puede contemplar en el Altar Mayor de esa colonial iglesia.

Isabel Velasco.


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