26 de mayo de 2016

LOS BEBÉS QUE LLEGABAN DE PARIS


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Constantemente leemos en periódicos y revistas artículos que se publican con los siguientes titulares:

“Dar a la luz en la clínica, desayunar en la casa” “Medico japonés especializa alumbramientos bajo el agua”.

Para la mujer moderna esto no constituye ninguna novedad, tal parece que ahora ya nada nos podría sorprender, sin embargo, al rememorar tiempos de antaño veremos que dar a luz a principios del siglo pasado, hermosos tiempos de nuestras abuelitas, el hecho era todo un acontecimiento.

La mujer de esas épocas que esperaba un niño tenía, además de todos los cuidados que la espera requiere, órdenes estrictas de la “matrona” y dicho sea de paso por imposición de madres, abuelas y tías, “alimentarse por dos”.

La maternidad era símbolo de belleza y en esas épocas lucir rellenita era la hermosura total.

Este régimen alimenticio consistía en sendos platos de “Quaker con leche”, “Peske de quinua”, sopas de gallina negra, variedad de caldos y chupes de cordero, jakontas, consomés de osobuco y cazuelas.

La “dulce espera” era supervisada, únicamente por la señora “matrona” quien se hacía cargo de la parturienta, desde el momento que se anunciaba el bebé hasta su nacimiento, ella controlaba el proceso de gestación hasta la llegada de la cigüeña.

La “matrona era toda una institución familiar y una experta en su oficio, únicamente en casos de verdadera emergencia acudía el médico de la familia ya que todos los alumbramientos ocurrían en la casa.

En primer lugar el parto debía realizarse en la alcoba donde generalmente y en esas épocas las camas eran amplias y altas, coronadas de doseles de tules de seda. Se cubrían las ventanas con cortinas oscuras, este detalle para proteger a la madre y especialmente al niño, de posibles rayos de luz que dañarían los ojitos del bebé. Las rendijas de las ventanas eran cubiertas con tiras de papel, a fin de evitar corrientes de aire.

Para el día del nacimiento se preparaban cantidades de sabanas inmaculadamente limpias, abundante agua hervida, “sublimado” (un poderoso desinfectante) juntamente con el “permanganato de potasio”, muy útiles en esa situación.

Una vez que se anunciaba el momento esperado, la matrona acudía presurosa y dando órdenes a los moradores de la casa para que tenga todo a mano conforme ella iba pidiendo, se encerraba con la parturienta y allí, sola atendía todo el proceso del parto. Enérgicamente impedía el ingreso de cualquier otra persona a la habitación donde se llevaba a cabo el nacimiento del bebe, con destreza atendía a la madre y una vez ocurrido el nacimiento, bañaba y vestía al niño, envolviéndolo para luego mostrarlo orgullosa al padre y a toda la concurrencia de familiares allí reunidos.

Después de largos momentos de espera y nerviosismo del padre y los familiares en el salón de la casa, las abuelitas y mamas rezando oraciones a San Judas Tadeo “patrono de los recién nacidos” y los abuelos y parientes en una ansiedad sin límites calmando esta con habanos cubanos o cigarros “Sucrense” o los “Caprichosos” recibían el grito del bebe quien llegaba de Paris envuelto como un marlo en una infinidad de pañales, todos con distintos nombres: esquinero, fajero, triángulo, choleta, bayeta de la tierra y por si fuera poco, la “castilla” además del “cabezal” y un gorro de encajes y volados. Todo cubierto por un enorme mantillón tejido y lleno de encajes.

Después del parto no concluía el trabajo de la matrona quien debía cuidar a la madre durante cuarenta días, siendo ella debidamente alimentada con suculentos caldos de gallina de pluma negra, caldos de cabeza de cordero, de cola de buey, de quinua, bicervecina, te con leche, mate de anís estrella y de hinojo. El objeto de esta nutrida alimentación era el de mantener a la madre con suficiente leche para la lactancia ya que en esos entonces no se conocía “leche en polvo” ni mucho menos leche evaporada ni nada parecido.

Durante esos cuarenta días la madre permanecía en cama fajada y cubierta con chales negros a objeto de que “no le caiga el rayo”, abrigada al extremo con la cabeza amarrada en una pañoleta y alrededor de la frente rodajas de papa o papaliza con sal en las sienes y unas cuantas hojas de coca. Todo este tiempo se cuidaba que la pieza se mantenga con las ventanas cubiertas y en penumbra. La madre tampoco podía tocar agua fría ni dejar de usar medias de lana.

Grandes hombres y mujeres, ahora venerables abuelos, vinieron al mundo en manos de connotadas matronas de esas épocas, quienes de noche y día con gran satisfacción y desvelo cumplían su labor, entre los recuerdos están la Sra. Trinidad Calderón, Josefa Bozo, María Cárdenas, Micaela Marañón. Ellas se daban a conocer por medio de anuncios publicados en la prensa:

“Alejandra Galdo. Matrona de Primera Clase. Atiende partos a domicilio, de noche y de día, llueva o no llueva. Garantiza pulcritud y esmero. Calle del Teatro en cuadra de las Concebidas.”

Muy conocida y popular fue la Sra. Carmen Macías de Fernández, a quien de un lado a otro de la ciudad se la veía desplazarse con diligencia en su “voiture” Fort T modelo 1918 para atender sus consultas. Su nombre quedo grabado en el recuerdo de muchas mujeres de esa época.

Asimismo recordadas por su noble trabajo son las señoras Beatriz vda. De Navarro, Olimpia de Pando, Waldina Murillo de Tapia, Sofía Santibáñez, Emira Rodríguez, Coya O. de la Rocha, Dorila Lagos, Carmen Nicolau, la Sra. Meave y muchas otras cuyo recuerdo se halla estampando en los anunciaos periodísticos de la prensa de antaño.

En esos tiempos solo las matronas atendían los nacimientos de la sociedad paceña. Hacia el 1900 se las conocía con el nombre de “parteras” por el 1915 fueron “matronas” y a partir del 1930 antes de la Guerra del Chaco fueron conocidas con el nombre de “obstetricias” Según la “Guía Comercial de La Paz, el periódico “El Comercio” de Bolivia registra en sus páginas los avisos de 15 matronas con sus domicilios en la Calle Recreo, la Calle del Comercio, el Hotel Central, la Alameda, la Calle del Teatro.

Un aviso dice así:

“Flora Navarro, Calle del Teatro, ofrece sus servicios con esmero, mucha pulcritud y aseo, garantiza el parto sin molestias ni muchos dolores, atiende llamados de día y de noche”.

Para un bebé del 1900 los primeros meses de vida no fueron muy placenteros que se diga, desde el momento de su nacimiento tuvo que soportar una serie de incomodidades, aparte de los riesgos de un parto absolutamente natural debía permanecer durante largos meses completamente fajado, envuelto en innumerables pañales, con toda clase de nombres sin movimiento alguno, su cabecita rigurosamente sostenida con el cabezal cruzado en el pecho, sus camisitas debían ser elaboradas de calustrina, encima de los poteritos o esquineros debía venir el panal de bayeta de la tierra para que conserve el calor, encima una choleta que era un pañal grande en el que se lo envolvía entero y además la manta de castilla que importan de Inglaterra, todo esto para mantenerlo completamente inmóvil.

En esos tiempos los bebes no se alimentaban de otra cosa que no fuera la leche materna, hasta los cuatro meses que podían alternar con plátano aplastado y miel de abeja. Cuantos abuelos de hoy en día se han beneficiado de la leche materna por espacio de más de dos años pidiéndola con sus propias palabras y alternando con sus juegos infantiles.

Este proceso que no incluía la mamadera, el chupón ni los pañales desechables dio lugar al nacimiento de hombres y mujeres recios y patriotas que hoy en día son los abuelos y abuelitas que miran boquiabiertos como sus nietos salen de las clínicas un día después del nacimiento vestidos a la última moda con zapatos, cintillos en la cabeza y hasta la camiseta del equipo deportivo favorito de sus papas.

¡FELIZ DIA DE LA MADRE!

Isabel Velasco
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